miércoles, agosto 6

Decepcionante.

Vacío. ¿Cómo es posible que algo tan hermoso como un abrazo llegue a ser tan vacío? Seco, indiferente, como si las dos personas que se abrazan jamás cosecharon sentimientos entre esos brazos que se rodean con cierta fuerza.
Un abrazo debería causar algún efecto en las personas que lo realizan. Calidez, un pulso acelerado, una sonrisa, un suspiro de alivio, un par de párpados cerrándose mientras se aumenta la fuerza con la que se tiene al otro en tus brazos, y hasta tal vez pudiese despertar la rabia, la melancolía, un par de lágrimas, o tal vez un mar de ellas, pero... nada. Ni una sola mirada de remordimiento, ni una gota vacilando en el borde de mis pestañas, ni una sonrisa verdadera. Simplemente, nada.
Qué triste, ¿verdad? Decepcionarse con un abrazo, con algo que consideras tan puro, que llena de vida y luz a quién lo recibe, algo que adoras recibir en todo momento. Pero sobretodo, es desconcertante. Desconcierta caer en la cuenta de todo lo que alguna vez sentí con esa persona, y ahora no fui capaz de sentir ni un mínimo vuelco de mi corazón.

Fue como si nunca me hubiese importado.


Y me pone a pensar, ¿nunca me importó? Y sin pensarlo dos veces, respondo ''si, me importó'' con contundencia. Lo tengo muy claro. Es más que obvio que esa persona llegó a importarme más que mi propia persona, más que mi propia vida. Y claro, fue exagerado. Gasté tantos sentimientos en esta persona, que al momento de darle un abrazo, el acto que sería un cierre de ciclo, un abrazo que venía siendo premeditado días atrás, con el fin de prepararme psicológicamente para él... Pero resulto ser que no tuve que defenderme contra los sentimientos de culpa y melancolía, porque no existieron, ni esos, ni otros. Simplemente no existieron sentimientos en un abrazo que esperaba desbordar aquellas lágrimas, tal vez una sonrisa tímida en señal de tregua. Y, pues, no. Fue vacío. Apretado como el dolor que oprime mi pecho, pero vacío, como mi rostro inexpresivo lleno de cicatrices.