lunes, julio 31

Necesario.

Necesito una ducha caliente.
Dije que iba a escribir más seguido, pero, ¿adivinen quién no ha escrito un carajo?
Necesito urgentemente una ducha caliente. De esas que te queman la piel, te queman hasta las entrañas y te limpian de todo. Necesito una limpieza extrema, dentro y fuera.
¿Ves? Esto es lo que sucede cuando tienes tanta mierda adentro y no dejas que salga. Tan fácil que es agarrar un lápiz y un papel, o tocar un par de acordes, o abrir tu maldita boca.
Necesito querer limpiarme, necesito querer cuidarme, necesito querer quererme. Con urgencia.
Tantas veces leemos en las revistas y nos dicen en la televisión que debemos querernos primero para querer a los demás, y que debemos cuidarnos desde temprano para vivir con mejor salud más tarde. Y aún escuchándolo y leyéndolo tantas veces, aún estando casi grabado en nuestras cabezas, vaya que cuesta llevarlo a cabo.
Cuesta conocerse a uno mismo. Por lo menos a mi me cuesta. Y mucho.
Antes solía pensar que lo hacía, pero creo que he cambiado tanto desde la última vez que llegué a pensar eso..
Hoy ya no sé cuáles son mis límites, ya no sé medirme. No sé exactamente qué me gusta y qué no, porque estoy siempre alegando que estoy abierta a nuevas sugerencias.
Tal vez debería centrarme a un solo estilo y apegarme a él (y probablemente me cansaría muy rápido).
Ya no sé cómo catalogar mi relación con mi mamá, nunca estoy segura si lo que digo es correcto o no, ni si lo que voy a hacer es éticamente correcto. Ni si quiera sé si me importa que sea ético.
Antes podía considerarme una persona impulsiva y aventurera; ahora sólo queda una sombra de esa persona.


Y está bien no conocerse. Está bien sentirse perdidos. Está bien no saber bien quién eres.
Porque cambiamos todo el tiempo, porque no somos los mismos de ayer, ni seremos iguales a los de mañana.
Porque es parte de vivir conocerse una y otra vez.


Dejemos que la vieja yo y la nueva yo se den un apretón de mano para estar en paz.

martes, julio 11

Indiferente.

Nunca verás una flor que se resista al vaivén que le produce la caricia del viento. Jamás va a faltar un pez que en el río luche contra la corriente, ni un árbol que en otoño se desnude ante el creciente frío. No podrás encontrar un girasol que sea indiferente frente al astro que lo llama, que le pide que muestre sus vivos pétalos. 

Nunca verás a la naturaleza ser indiferente ante la fuerza que la mueva.


¿Por qué debemos ser nosotros indiferentes, aún siendo parte de la tierra? El hombre que se resiste a la fuerza de la rabia, que niega la tristeza que lo alberga, que pretende no sentir felicidad; el hombre deja de ser hombre aún cuando su corazón sigue bombeando sangre, y solo bombea sangre. Nada lo mueve, nada lo llama, no vive la lucha, no sale victorioso ni perdedor. Tal vez ni vive. Tal vez no ve colores, pero ni se le parece al animal.

Y ¿como pasa tanto tiempo el hombre viviendo sin vivir, sin si quiera percatarse? ¿Como logra mantener encerradas tantas fuerzas, tantas emociones, tantos sentimientos, sin explotar y dañar todo lo que lo rodea?

Simplemente, no lo logra.