Necesito una ducha caliente.
Dije que iba a escribir más seguido, pero, ¿adivinen quién no ha escrito un carajo?
Necesito urgentemente una ducha caliente. De esas que te queman la piel, te queman hasta las entrañas y te limpian de todo. Necesito una limpieza extrema, dentro y fuera.
¿Ves? Esto es lo que sucede cuando tienes tanta mierda adentro y no dejas que salga. Tan fácil que es agarrar un lápiz y un papel, o tocar un par de acordes, o abrir tu maldita boca.
Necesito querer limpiarme, necesito querer cuidarme, necesito querer quererme. Con urgencia.
Tantas veces leemos en las revistas y nos dicen en la televisión que debemos querernos primero para querer a los demás, y que debemos cuidarnos desde temprano para vivir con mejor salud más tarde. Y aún escuchándolo y leyéndolo tantas veces, aún estando casi grabado en nuestras cabezas, vaya que cuesta llevarlo a cabo.
Cuesta conocerse a uno mismo. Por lo menos a mi me cuesta. Y mucho.
Antes solía pensar que lo hacía, pero creo que he cambiado tanto desde la última vez que llegué a pensar eso..
Hoy ya no sé cuáles son mis límites, ya no sé medirme. No sé exactamente qué me gusta y qué no, porque estoy siempre alegando que estoy abierta a nuevas sugerencias.
Tal vez debería centrarme a un solo estilo y apegarme a él (y probablemente me cansaría muy rápido).
Ya no sé cómo catalogar mi relación con mi mamá, nunca estoy segura si lo que digo es correcto o no, ni si lo que voy a hacer es éticamente correcto. Ni si quiera sé si me importa que sea ético.
Antes podía considerarme una persona impulsiva y aventurera; ahora sólo queda una sombra de esa persona.
Y está bien no conocerse. Está bien sentirse perdidos. Está bien no saber bien quién eres.
Porque cambiamos todo el tiempo, porque no somos los mismos de ayer, ni seremos iguales a los de mañana.
Porque es parte de vivir conocerse una y otra vez.
Dejemos que la vieja yo y la nueva yo se den un apretón de mano para estar en paz.