Maldita sea la primera vez que te besé, y maldeciré hasta la
última vez que lo haga.
Malditas sean todas y cada una de las veces en las que
cierre los ojos y sienta mis labios en carne viva y mi piel en llamas bajo tu
tacto.
Malditas sean cada una de las veces que en mi cabeza
reproduzca la sensación de tus dientes sobre mi cuello, cómo si este fuera pan
y tu estuvieses muriendo de hambre.
Maldeciré todas las veces que desee repetir cada segundo de
esa noche.
Y maldito seas tu, por hacerme sentir tan vulnerable, tan
deseada y tan usada al mismo tiempo.
Pero te invito a maldecir mi nombre, para que así, cada vez
que lo pronuncies, tus labios ardan venenosos y el dolor te nuble la vista, el
deseo te inunde hasta la coronilla y yo sea la dueña de tu maldita cabeza.