¿Conoces ese sentimiento de felicidad plena y silenciosa?
Ese que solo te invade unas pocas veces en tu vida, si tienes suerte. Que sabes
que está ahí porque no percibes el tiempo pasar, se te olvida donde estas y lo
único que importa es el ahora. Bueno, exactamente así me sentí contigo, con tus
labios sobre los míos, en un beso profundo y lento, que tenía mil cosas escritas,
pero que nadie podía leer. En un momento de ternura y deseo la habitación
desapareció para mis sentidos. Mis ojos cerrados hacían que tus dedos sobre mi
piel crearan una corriente eléctrica, tu mano en mi cuello me acercaba a la
idea de estar en las nubes. Y te quería más cerca, pero ¿qué más reducido
espacio que el que existía entre tu yo?
Había algo de ti, un pequeño detalle escurridizo entre mis
dedos que se me perdía, algo que para mí era imperceptible, pero estaba ahí y
me mantenía hechizada, me mantenía encadenada a tu cuerpo. Entonces me daba
cuenta de que nuestros labios no encajaban perfectamente con el otro par, pero
eso solo lo hacía más divertido. Era un baile que subestimaba mi auto control y
los dos luchábamos por mantener la cordura sin eliminar ni una gota del
excesivo deseo que inundaba la habitación. Era una montaña rusa que tenía altos
y bajos de intensidad, vueltas de ternura y arranques de adrenalina que
causaban otras respuestas en tu cerebro. Era un sentimiento raro el que
inundaba mi cuerpo. Ya había perdido el sentido de todo, no sabía que iba
arriba y que iba abajo, no sentía el peso de tu cuerpo sobre el mío, ni sabía
si quiera cuanto tiempo había pasado, pero la verdad es que ya eso no tenía
importancia, porque ahora todo giraba en torno a las chispas que mi tacto
producían en tu piel y el trayecto que iban tomando tus manos bajo mi camiseta.